miércoles, 7 de octubre de 2009

Cirugía Taurina

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Cirugía Taurina

Artículo publicado en la Web: http://www.ganaderoslidia.com

Dicen que para dedicarse al mundo del toro hay que estar hecho de una pasta especial. También se ensalza el valor de muchos aficionados que, año tras año, participan en encierros y celebraciones taurinas de carácter popular. Incluso se alaba la bravura y el trapío de algunos astados que coprotagonizan estas fiestas. Sin embargo, la labor de los profesionales de la medicina que atienden a los heridos en las plazas y en las callejas de los cientos de pueblos españoles en los que se corren toros pasa prácticamente desapercibida. Ellos no se dedican a esto por dinero, ni tampoco por la gloria mediática y profesional –de hecho, la medicina y la cirugía taurina no son especialidades como tal-, pero están espoleados por una vocación casi tan grande como la que dicen tener los matadores por la lidia. Ese impulso, para muchos irracional, les lleva a afrontar cada tarde su faena particular. Están en su sitio más de una hora antes del acontecimiento, revisan su equipo material y humano, llevan a cabo sus ritos propios para que Dios reparta suerte y toman su posición, desde donde observan con ojos escrutadores el quehacer torero y los envites del animal. No hacen el paseíllo, pocos saben quiénes son, pero si lee el siguiente reportaje sabrá que los cirujanos taurinos también están hechos de una pasta muy especial.

No es una especialidad médica como tal. No se estudia en la facultad, ni se hace una residencia específica, pero a efectos prácticos, las particularidades que presenta la cirugía taurina son evidentes e importantes. «Las heridas las produce un animal único en el mundo, que es el toro, y a una persona con un sentimiento también único que es el torero», resume el doctor Ramón Vila, cirujano jefe de la plaza de toros Real Maestranza de Sevilla, uno de los cosos con más solera del mundo.

LA HERIDA.

«Quizá son lo más parecido a las de guerra», apunta Patricia Lejido, cirujano taurino de Castilla León, dedicada fundamentalmente a atender a accidentados en corridas pequeñas y en festejos taurinos populares (encierros, concursos de recortadores...).

Por su parte, Máximo García Padrós, cirujano jefe de la madrileña plaza de Las Ventas y actual presidente de la Sociedad Española de Cirugía Taurina, habla de la similitud de las cornadas con las «lesiones por empalamiento».

En cualquier caso, ambas comparaciones nos dan idea del alcance de estos traumatismos. Y es que la manera que tiene un astado de embestir y cornear (ver gráfico) hace que el orificio de entrada no sea más que la punta de un enorme iceberg, debido a las múltiples trayectorias que suele tener la lesión y lo lejos que éstas pueden llegar. «Tenemos que multiplicar el daño por cinco, con respecto al tamaño de la abertura inicial», calcula Eduardo Hevia, cirujano que también ha sucumbido a esta particular pasión por los ruedos.

Además, por muy afilado que esté un pitón, la punta tiene aproximadamente el grosor de un lápiz que luego va ensanchándose a medida que se avanza hacia la cepa de la encornadura. De esta forma, el cuerno penetra en el organismo por presión, no por corte, arrancando y destrozando todo lo que encuentra a su paso (músculos, tendones, vasos sanguíneos grandes y pequeños, órganos internos...).

Por si esto fuera poco, las astas son un medio contaminado de gérmenes, ya que la res los usa para tantear en el campo y escarbar en el suelo. Finalmente, el propio traje de torear, la arena de la plaza y el resto de instrumental que en algún momento entra en contacto con la herida no están precisamente esterilizados. Todo ello multiplica enormemente el potencial dañino de una cornada.

Afortunadamente, la existencia de quirófanos (fijos y móviles) mejor dotados, los antibióticos –los toreros han dedicado una estatua a Fleming, descubridor del potencial terapéutico de la penicilina, erigido en la explanada de Las Ventas- que reducen las infecciones y la asistencia de profesionales experimentados cada vez más rápida y coordinada, hacen que el riesgo haya descendido significativamente.

Ramón Vila explica que «ahora trabajo más tranquilo porque se ha superado la precariedad de antaño». De hecho, en 1987 el diestro Pepe Luis Vargas fue corneado cuando esperaba al astado a puerta gayola (de rodillas frente a los toriles). El animal le empitonó en el muslo y el caño de sangre que brotó al instante ya dio una idea de la gravedad de la cogida. Un subalterno le practicó un torniquete con su corbatín mientras le trasladaban en volandas a la enfermería y en cuestión de cuatro minutos comenzaba la intervención.

Otra cogida que años atrás hubiera sido mortal la protagonizó Curro Sierra hace dos temporadas, también en la Maestranza. El novillero de 17 años recibió una tremenda cornada en el triángulo de Scarpa (parte interna del muslo) que le rompió la arteria femoral, la terminal de la ilíaca y el separador de la bifurcación de este gran vaso. Una estabilización médica fulminante y un injerto venoso procedente de su vena safena (cirugía vascular de cierta sofisticación) hecho en la misma plaza salvaron la vida, la pierna y la profesión del torero, que ha vuelto a los ruedos.

FESTEJOS.

No obstante, los especialistas consultados por SALUD insisten en señalar que su especialidad está fundamentalmente marcada por la premura, de manera que la prioridad es evitar la tragedia.

«Lo mejor es solucionarlo todo en la misma plaza porque está comprobado que la atención temprana multiplica las posibilidades de éxito, elimina casi del todo la probabilidad de infección y mejora la recuperación del paciente, pero hay que saber dar prioridades; al fin y al cabo esto es una cirugía de urgencia y se rige por los mismos principios», aclara el doctor García Padrós.

Pero, como él mismo admite, «no todos los cosos tienen la suerte ni las posibilidades de contar con los medios técnicos y personales de las grandes plazas». Y es que, del total de festejos de corte taurino que se celebran en nuestro país a lo largo de una temporada (de marzo a octubre), sólo el 15% está constituido por corridas más o menos importantes.

El resto es un conglomerado de encierros, concursos de recortadores, suelta de toros embolados (las astas se recubren de una especie de antorcha que va ardiendo mientras los mozos citan al animal) y de espectáculos cómicos con la participación de becerras y novillos. En otros países, como Francia, sólo se celebran corridas como tal, así que la situación española es particular, precisamente por este tipo de acontecimientos tan arraigados.cornada1

Aquí es donde los facultativos taurinos se la juegan de verdad. «Muchos ayuntamientos no tienen medios para costear la dotación médica que requiere un espectáculo de este tipo y salen del paso de forma precaria», admite Hevia, que relata intervenciones sobre pupitres de colegios alineados para formar algo parecido a una mesa de operaciones, barras de bar y camillas decimonónicas, en sentido casi literal.

«Otros tampoco entienden la necesidad de desplazar a las cinco personas [anestesista, enfermero, cirujano general o traumatológico, ayudante quirúrgico y médico general] que recogen los reglamentos porque creen que es muy caro y que en la mayoría de las ocasiones no pasa nada», apostilla Patricia Lejido.

Pero no es así. Si bien los profesionales que se desenvuelven en un coso taurino suelen tener lesiones fundamentalmente de tipo quirúrgico (salvo los picadores, en los que son muy frecuentes las fracturas al caer del caballo), en el caso de los aficionados se presentan toda una suerte de traumatismos craneoencefálicos y torácicos que pueden poner en serio peligro sus vidas.

Además, hay que tener en cuenta que muchos ciudadanos que participan en eventos populares no lo hacen siempre en condiciones óptimas. «Deberían tomar conciencia de lo peligroso que es correr delante de un toro cuando se sufre falta de sueño, se ha comido en exceso, no se tiene la debida condición física [edad avanzada, sobrepeso...] y, sobre todo, se ha bebido más alcohol de la cuenta», relata la doctora Lejido.

Así, a pesar de lo que digan los reglamentos, e independientemente de si el acontecimiento taurino va a desarrollarse en una gran plaza o en un pequeño pueblo, los expertos coinciden en varios elementos de los que no podrían prescindir.

«Un buen anestesista y el equipo necesario para contener una hemorragia es quizá lo básico para salvar vidas», explica Vila. La doctora Lejido coincide con el especialista sevillano, «si no tenemos luz cenital (en el techo) alguien puede iluminarnos con una linterna, y si no hay una camilla en condiciones operamos en el suelo, pero sin sueros [expanden el plasma sanguíneo y evitan las consecuencias nefastas de la pérdida masiva de sangre] y sin el instrumental necesario para cohibir las hemorragias (con suturas) estamos casi perdidos. Si no tenemos esas necesidades cubiertas, los sofisticados desfibriladores puede que no sirvan de nada porque es demasiado tarde», resume. Aún así, los cirujanos están de acuerdo en que cumplir escrupulosamente el reglamento vigente repercutiría claramente en la reducción de las lesiones mortales, sobre todo en celebraciones populares, en las que cada año hay varios muertos.

Prueba de ello es que en los grandes cosos, con quirófanos muy preparados, los últimos fallecimientos que han sobrecogido a la afición han sido inevitables porque el asta del toro atravesó el corazón partiéndolo en dos: José Cubero 'Yiyo', en 1985, Manuel Montoliú y Ramón Soto Vargas, ambos en 1992. Los dos primeros murieron prácticamente sobre el albero. El tercero 'se' 'apagó' después de tres horas y media de operación.

La abnegación y entrega de estos profesionales -tanto de los que trabajan en grandes plazas como de los que lo hacen en festejos menores- no suele tener el reconocimiento que merecen. «Esta especialidad salva vidas y muchos piensan que estamos de juerga, viendo los toros, cuando en realidad estás en tensión. Además, ver la cogida es esencial para hacerte una idea del alcance de la cornada, calcular el número de trayectorias y tomar las primeras decisiones», explica García Padrós; algo que corroboran sus colegas.

Teniendo en cuenta que la temporada taurina coincide con las vacaciones de la mayoría de la gente, que la compensación económica es simbólica, que la experiencia adquirida no cuenta para el currículo y que a veces el desplazamiento y buena parte del equipo corre por cuenta del médico, queda claro que dedicarse a la cirugía taurina no es en absoluto rentable y que, quizá más que en cualquier disciplina sanitaria, la vocación es la base.

¿Naturalezas sobrehumanas?

La respuesta a si los toreros tienen una naturaleza especial es sí, pero también no. Sí, porque su vocación, sus ganas de triunfar y de demostrar su valía y su coraje (algo que choca frontalmente con el pavor que los toreros y subalternos le tienen a las agujas y con el hecho de que la mayoría no esté vacunado del tétanos), así como su imperiosa necesidad de volver a los ruedos -los trabajadores autónomos no pueden permitirse estar mucho tiempo de baja, máxime cuando de su labor depende el sustento de más de una decena de personas más- hacen que muchos de ellos regresen a rematar la faena cuajados de puntos y drenajes. Y también es no porque, por un lado, la preparación de los profesionales del toreo, y no sólo de los matadores, está muy cerca de la de los deportistas de elite. Si bien sus antecesores eran famosos por correrse una juerga nocturna tras otra, así como por comer, beber y fumar sin medida; en los tiempos que corren frecuentan más el gimnasio, entrenan con ahínco y cuidan su dieta. Eso, unido a su juventud, hace que la recuperación después de una cornada, por terrible que parezca, sea mejor y más rápida. Además, el lujo de contar con una atención médica instantánea repercute en un restablecimiento increíblemente acelerado. Los daños se atajan en el momento, las posibilidades de infección se reducen al mínimo de inmediato e, incluso, la rehabilitación se diseña a las pocas horas de haberse producido el percance. «Ojalá todas las tragedias laborales y los accidentes de tráfico pudieran contar con una atención tan temprana», apunta el doctor Ramón Vila.

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