viernes, 15 de marzo de 2013

De “Habemus Papam” y los argumentos teológicos contra la Fiesta

 

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Aunque la consideración de los teólogos respecto a los toros ha variado a lo largo de la historia, durante mucho tiempo se caracterizó por la censura religiosa. Hasta tiempos recientes, la censura de numerosos teólogos católicos partía del argumento de que exponerse voluntariamente a la muerte constituía una ofensa a Dios. Por lo que respecta a los que presencian la corrida, se veía el peligro de que se complacieran en el riesgo ajeno y en la visión de la sangre y de la muerte, además de la promiscuidad de sexos en las gradas y los excesos y escándalos de todo tipo que podían darse en la plaza.

Entre los teólogos detractores de la Fiesta más significativos podríamos destacar a los siguientes:

* El cardenal Juan de Torquemada, a finales del siglo XV, cuyo principal argumento era el espectáculo y diversión que se hacía de arriesgarse la vida.

* Fray Hernando de Talavera, que reconvino a la reina Isabel la Católica por asistir a festejos taurinos.

* Santo Tomás de Villanueva, que censuró en muchos de sus sermones la costumbre de asistir a los toros.

* El obispo de Calahorra, Juan Bernal de Luco, que tacha a la Fiesta de inhumana y bárbara.

* El padre de Juan de Mariana, quien, con la publicación a comienzos del siglo XVII de la obra “De Spectaculis”, se convirtió en la autoridad más invocada cuando se quería argumentar contra las fiesta de los toros.

PROHIBICIONES PAPALES

220px-El_Greco_050En 1567, el papa Pío V prohibió en la bula “De salutis gregis dominici”, la asistencia a los toros de todos los fieles, bajo pena de excomunión. El rey español contestó a Pío V que la bula no surtía efectos por ser la corridas de toros una costumbre que parecía estar en la sangre de los españoles. Felipe II presionó a Gregorio XIII, sucesor de Pío V, hasta lograr la bula “Exponis nobis super” el 23 de agosto de 1575, en la que se mitigaban las penas, quedando sólo para los religiosos la prohibición de participar en diversiones taurinas.

A partir de entonces se polarizarán las interpretaciones, hasta que el papa Sixto V publicó el 14 de abril de 1586 la bula “Nuper siquidem”, con la que se restableció la prohibición con sumo rigor, delegando su vigilancia en el obispo de Salamanca, Jerónimo Manrique,

<<Para que en nuestro nombre condene, persiga y castigue severamente a los infractores de las órdenes papales prohibitivas de las fiestas de los toros, le encargamos no ceje en su empeño hasta lograr la plena obediencia, sin que valgan en contra privilegios ni exenciones de ninguna clase>>

Los espectáculos taurinos continuaron y Felipe II, aunque no fuera taurófilo, presionó a la Santa Sede, logrando una nueva bula, “Suscepti numeris”, rubricada por Clemente VIII el 3 de enero de 1596, mediante la cual se suprimían las prohibiciones establecidas para los religiosos que asistieran a funciones taurinas, restituyendo las penas al derecho común. Un acuerdo que aceptó Roma para que las relaciones con el rey de España no se resintieran. Tal empeño puso Felipe II para quedar bien con los nobles españoles, que cuando se publicó la bula de Pío V, se atrevió a prohibir su publicación al uso, viéndose precisados el nuncio y los prelados a difundirla por sus propios medios.

Bajo el reinado de Carlos II y el papado de Inocencio XI, el cardenal español Portocarrero, amparándose en su autoridad de primado de España, castigó a colegiales de Alcalá, Talavera, Pastrana y Guadalajara, convictos de desobediencia por haber presenciado las corridas que esas poblaciones se dieron; a tres músicos de la catedral toledana y dos alumnos del seminario, que fueron vistos en la plaza de Madrid.

Pese a todo y ante el sentimiento popular ante los toros, el cardenal tuvo que dar su brazo a torcer y organizar una corrida de toros y costearla por imperativos políticos; festejo que se celebró el 24 de octubre de 1967 en la plaza de Zocodover (Toledo).

Desde el siglo VXII hasta hoy, los postulados de los teólogos católicos contra los toros continuaron siendo los mismos, si bien atenuados. Entre las últimas referencias a la Fiesta por parte de los eclesiásticos, se encuentra la circular firmada por el cardenal Gasparri, en noviembre de 1920:

<<Se recomienda nuevamente a los Señores Obispos de España y Francia que hagan los posible por disuadir a sus feligreses que asistan a las corridas de toros, y sobre todo, de llevar a los niños a ellas, pues la crueldad de estos espectáculos siembra en sus tiernos ánimos gérmenes morbosos, que más tarde darán seguramente frutos fatales y para que se haga por recomendación encarecida de la Santa Sede una labor más intensa contra aquéllas.>>

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CURAS TOREROS

El investigador Luis del Campo consiguió desenterrar de los archivos numerosos casos de curas que desobedecieron las órdenes de sus superiores, debido a su afición taurina.

<<Babil de Locen (siglo XVIII) fue un diestro de fama extraordinaria y bien remunerado por torear, incluso ante egregio personaje, pero siendo cura sin tacha. Es posible que sucediera lo mismo con su compañero Bernardo Alcalde, más conocido como “El Licenciado de Falces”, el mejor torero de su época, sin embargo, a pesar de mis reiterados esfuerzos no he podido aclarar si, verosímilmente, fue cura-torero o bien se consagró sacerdote después de ser figura inigualable en la historia del toreo de todos los tiempos, que fue merecedor de ser inmortalizado por el genial pintor Goya, quien no pudo admirar su arte en los ruedos.>>

El escritor, refiriéndose a otro protagonista, Santiago de Erdocia, recoge el siguiente documento:

<<Últimamente, hacia el 4 de agosto de 1730, en Zubieta, con motivo de correrse toros, “se quitó el manteo”, “cogió una capa y se puso un gorro colorado y empezó a torear”. Según manifestaciones de testigo presencial y declarante, citado exprofeso a deponer, el segundo día de su actuación como torero, “habiendo dado dos o tres suertes”, el citado sacerdote fue empitonado “por los calzones” y el astado le dio una cornada en el “carrillo” y probablemente lo hubiera matado sin la intervención y quite que realizó un ganadero, considerando la herida grave.>>

José Branet, sacerdote gascón, exiliado en España, dejó referencia de un sorprendente hecho:

<<Voy a añadir para probar el gusto de los navarros por estas fiestas una anécdota que no es creíble y, que sin embargo, es la pura verdad. Es que, en este mismo día (1797) las religiosas capuchinas hicieron correr igualmente una ternera en el interior de su convento, de modo que no hubo comunión al día siguiente>>

MONDEÑO

 

Otro caso de curas-toreros se produce más recientemente, cuando el torero Juan García Jiménez “Mondeño”, colgó el vestido de torer para ingresar como monje “Fray Juan García” el 30 de agosto de 1964 en el noviciado dominico de Caleruega (Burgos).

 

 


CURAS GANADEROS

También, a lo largo de la historia, varios sacerdotes se han distinguido como criadores de toros de lidia. Así en el siglo XVIII, Pedro de la Morena tuvo fama como ganadero con el hierro conocido como “Cura de la Morena”. Esto dio lugar a una anécdota protagonizada por el diestro Manuel Díaz “Lavi”, quien al citar a matar a un toro de este criador, gritó en el intento: <<¡Entra, presbítero!>>

Cesareo Sanchez Martin, el Cura de ValverdeRecientemente, Cesáreo Sánchez Martín, el cura de Valverde, fallecido en 1994, ha vigilado hasta sus últimos días los toros de la divisa Valverde, que ha tenido la fama de hierro duro, torista, y contado con las simpatías de un sector de la plaza de toros de Las Ventas de Madrid.

 


JUAN PABLO II, JESULÍN DE UBRIQUE Y ORTEGA CANO

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La cercanía de Juan Pablo II, también le hizo tener atenciones con el mundo del toro, y así lo expresa Gines Parra autor del libro “Ortega Cano, la forja de un torero”, cuando relata en un capítulo la visita que Ortega Cano hizo al Vaticano para ser recibido en audiencia por su Santidad.

El Papa había conocido a través de otro ilustre cartagenero, portavoz por aquel entonces del Vaticano, Joaquín Navarro Vals, de la gravísima cogida que su paisano Ortega Cano había sufrido en Zaragoza y que le tuvo al borde de la muerte. El Pontífice también conoció el hecho que se produjo en la ciudad maña, cuando un sacerdote, conmovido por las oraciones de la madre del torero, Juana Cano, ante la Virgen del Pilar, se brindó para llevar el manto de la “Pilarica” y colocarlo ante el cuerpo del torero que luchaba en la UCI entre la vida y la muerte. La Fe del matador, el manto de la Virgen, y la maestría del Doctor Val-Carreres, hicieron optimistas a los médicos, familiares, gentes del toro, y a todo el mundo. Ortega Cano logró salvar su vida y en Zaragoza años después se sigue hablando de este hecho. Para unos un milagro, para otros…

La cuestión fue que Juan Pablo II quiso tener cerca al torero de Cartagena y a su madre, y gracias a las gestiones de Joaquín Navarro Vals se produjo ese encuentro cordial y emotivo.  Aquel día, Ortega Cano regaló a su Santidad un capote de paseo bordado con la Virgen del Perpetuo de Socorro, de la que Juan Pablo II era muy devoto. “Santidad, soy un torero español que ha venido, en nombre de todos los toreros del mundo, a pedirle su bendición” le dijo el maestro cartagenero.

Con el gesto de Juan Pablo II en este acto se bendijo no solo al torero cartagenero, sino también, a aquellas personas que voluntariamente aceptan jugarse la vida en una de las tradiciones culturales más relevantes, algo de lo que era consciente el Santo Padre.

Jesulín de Ubrique fue otro de los afortunados al ser recibido por el Pontífice Juan Pablo II. La periodista Paloma Gómez Borrero, que acompaño al Papa en más de cincuenta viajes, cuenta así la simpática anécdota que se produjo en el recibimiento por parte de Juan Pablo II a toda la familia del torero de Ubrique.

La Iglesia, como algunos otros estamentos de la sociedad, han rechazado en determinados momentos algunos aspectos de la Fiesta; hecho que, en cualquier caso, nunca ha sido decisivo, debido a que la afición ha sido quien ha marcado las pautas de la historia de la tauromaquia.

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