lunes, 20 de octubre de 2008

EN DEFENSA DE LA INTEGRIDAD DE LA FIESTA

En defensa de la integridad de la fiesta
Rafael Cabrera Bonet


Rafael Cabrera Bonet es médico forense, abonado a la Plaza de Toros de Las Ventas de Madrid desde muy joven; ha editado y dirigido publicaciones taurinas como "Lance" o "La Andanada". Asimismo ha impartido numerosas conferencias, participado en tertulias taurinas y ha ejercido la crítica, sobre todo en el ámbito académico, siendo director del Aula de Tauromaquia de la Universidad San Pablo CEU. Dirige y presenta el programa radiofónico" El Albero" de la cadena COPE y es presidente de la Unión de Bibliófilos Taurinos .



En defensa de la integridad de la fiesta

"Vengo observando, de un tiempo a esta parte, algún comentario superficial y demagógico en tono crítico a algunas de las afirmaciones vertidas en las crónicas de cada día. ¡Bienvenidos sean! Los positivos, como todo en esta vida, hay que tomarlos con la benevolencia y humildad necesarias para no perder la cabeza, y achacarlos a amigos anónimos que tienen una visión de la tauromaquia semejante a la propia. En todo caso, los negativos pueden estar cargados de razones, de explicaciones pertinentes o de discursos lógicos; pero lo inadmisible al caso son las descalificaciones demagógicas. Y es que no hay nada que más nos irrite, que la demagogia barata. Miren ustedes, afirmar, como en su día me hiciera un conocido empresario que uno tiene una visión decimonónica de la tauromaquia, o que preferiría ver a Frascuelo ante toros de Colmenar, que a los toreros de hogaño, es un sinsentido de tal magnitud que no se sostiene sobre sus cuatro patas, como el toro de cualquier plaza nacional.

Ya es triste que tengamos que ver a lo que antaño supusiera una fiera a la que había que dominar, cayéndose sin cesar, sin aguantarse en pie más que a duras penas, entrando y pasando en la muleta en un triste devenir cansino y preagónico, para tener que, encima, salir a la palestra en la defensa de la fiesta de siempre. Uno, formado a los pechos de don Marcial Lalanda del Pino –a algunos les sonará, ¿no?-, entre otros diestros de mi época juvenil, aunque ellos estuviesen retirados desde cuarenta años atrás, fue empapándose de los conceptos básicos de la tauromaquia; me he preocupado de leer y releer libros y crónicas, meditar y pensar sobre el tema durante lustros; he escrito, investigado, buscado y acudido a los cosos como pocos aficionados habrá, y los frutos, malos o buenos ahí están.

La tauromaquia tiene unos principios inconmovibles desde su misma existencia: la presencia de un toro que acomete, bravo o manso, pero con casta, trapío y edad; y la existencia de un torero –en el caso que nos ocupa de a pie-, capaz de afrontar con honestidad y verdad el riesgo de lidiar frente a una fiera. Esa honestidad y verdad no se basa exclusivamente en su simple presencia en el ruedo, ni en lancearlo de cualquier manera –yo mismo he dado trapazos a una vaca, o sorteado un novillo-, sino en afrontar ese peligro –materialización del riesgo- conforme a unas bases que son las que distinguen el mérito de lo que carece de él, o que lo aquilata en bastante menos peso específico. Si alguno cree que Frascuelo actuaba así, estará en lo cierto, aunque mis toreros de la época serían Lagartijo o Guerrita, y los toros no serían de Colmenar –probablemente-, sino de Ildefonso Núñez de Prado, del Marqués de Saltillo, don Andrés Fontecilla o el Marqués viudo de Salas –es que hay que leer para saber historia-. Frascuelo toreaba asumiendo ese riesgo con toda la honradez que le caracterizaba, incluso más que aquellos a los que la capacidad técnica y artística les hacía poder evitarlo con mayor limpieza y facilidad que a aquél.

Lo he mantenido muchas veces, y lo repito ahora. El pase ideal, el utópico, la perfección –siempre en virtud del toro que se tenga delante-, sería aquel en el que el diestro se sitúa en la rectitud del toro, algo sesgado el cuerpo, le cita con la muleta por delante, le embarca antes de llegar al cuerpo del lidiador, carga en ese momento la suerte, templa, para y manda, llevándolo en redondo –si es posible y el toro lo aguanta-, y remata en la espalda el pase, permitiéndole así ligar una serie de muletazos, antes de finalizar ésta con el obligado de pecho, un recorte o medio pase –trinchera, firma, desprecio o cualquiera de su estirpe-. Eso, oigan, es probable que nunca lo hiciese a la perfección Frascuelo, quizá en algún momento lo lograse Lagartijo, es más que probable que lo hiciera Guerrita, Bombita o Pastor, pero lo lograron José y Juan, y de ahí en adelante lo han verificado otros muchos espadas. Incluso lo hemos visto y alabado esta misma temporada. ¡Ya me dirán ustedes, que defensa es esta de la tauromaquia decimonónica! El siglo XIX, es el ochocientos; el sigo XX es el novecientos, no confundamos…

Y como no me gusta atribuirme citas o pensamientos originales, aunque la exposición -tal cual queda- pueda ser de mi autoría, les comento que los conceptos están sacados de un sin par de notables tauromaquias, todas ellas escritas, supervisadas o autorizadas por TOREROS. Las tres últimas, que recomiendo lean muy detenidamente algunos demagogos, son fundamentales para conocer el estado de la fiesta en la SEGUNDA MITAD del siglo XX, del VEINTE –repito-, la de Domino Ortega, dictada en el Ateneo madrileño, “El Arte del Toreo”; la de Rafael Ortega “El Toreo Puro”, o la de el propio Marcial Lalanda “Tauromaquia”, estas últimas escritas en 1986 y 1987 y por lo tanto ABSOLUTAMENTE CONTEMPORÁNEAS.

Es más fácil criticar demagógicamente, desde luego, que leerlas, recurriendo al tópico, pero confío en la inteligencia y buena voluntad de los aficionados, para que sepan entender lo que es la fiesta auténtica y no sucedáneos al uso, por más que el público que llena las plazas pueda aplaudir tal o cual cosa. Tampoco sabrían muchos quienes fueron Kant, Hegel o Espinosa –no son futbolistas-, y por ello no les consideramos verdaderos apasionados de la filosofía; no conocerán de la existencia de Mariana, Lafuente o Toreno –no son ciclistas- y por lo mismo no les consideramos expertos en historia, por más que en ambos casos puedan acercarse a la lectura de algunas de sus obras, incluso recrearse en las mismas. ¿Pero sabrán valorar y aquilatar, hasta el detalle, lo contenido en ellas? Yo sinceramente, creo que no, como probablemente me ocurra a mí mismo.

El público, ¡bienvenido sea!, no está en el pleno conocimiento de cuantos recursos, técnicas y fundamentos existen en el toreo, basta con preguntarles cuatro cosas de lo más sencillo para comprobarlo. Hagan la prueba: ¿qué es un toro cárdeno?, ¿qué son los machos?, ¿cómo se ejecuta una gaonera?, o ¿dónde ha nacido José María Manzanares hijo? Por cierto, son preguntas realizadas en directo, durante la feria de Santiago, en Santander, en los micrófonos de COPE, a la entrada de la plaza. Nadie está en el completo y perfecto dominio de la verdad, ya que para los creyentes –uno lo es- la verdad única y absoluta es Dios. Habrá, pues, que profundizar en el conocimiento de la tauromaquia, seguir con espíritu limpio y abierto aprendiendo día a día, y admitiendo que en ocasiones el de enfrente puede argumentar sólidamente, sin necesidad de recurrir a la demagogia de a cuatro céntimos el kilo, en cuyo caso bienvenido sea."

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