A propósito y a diferencia de lo ocurrido ayer en La Maestranza de Sevilla con la corrida de Miura, a principios del siglo XX los Miuras eran los toros más temidos y difíciles de torear. Por ello, Bombita y Machaquito pidieron más dinero por lidiar estas alimañas.
Por José Daniel Rojo
Bombita y Machaquito han sido sin duda los toreros más importantes de los primeros años del siglo XX. Ricardo Torres “Bombita” tomó la alternativa el 29 de septiembre de 1899 en la madrileña plaza de la carretera de Aragón, precedente de la actual de las Ventas. Ese día fue apadrinado por El Algabeño y tuvo de testigo a Domigo del Campo “Dominguín”. Este último moriría un año después en la Plaza de Barcelona, precisamente a manos de un miura.
Rafael González “Machaquito” tomó la alternativa el 16 de septiembre de 1900 y fue apadrinado por el hermano de Bombita, Emilio. Ese mismo día, también ascendía a matador de toros Lagartijo Chico, sobrino del gran Lagartijo, teniendo como padrino a Mazantini.
Estos primeros años del siglo están dominados por estas dos figuras. Una época no tan dorada para la fiesta como la precedente de Guerrita ni tampoco de la siguiente, con Joselito “El Gallo” y Belmonte. Bombita y Machaquito capitaneaban la Fiesta en este periodo de transición, y no permitían que salieran a relucir otros toreros de gran clase, eclipsados por estas dos grandes figuras. Estos toreros, que hasta entonces permanecían en una segunda fila, no eran otros que el genial creador que fue Rafael “El Gallo”, el elegante mexicano Rodolfo Gaona, el sobrio madrileño que se llamó Vicente Pastor y el progenitor de la saga de los Bienvenida, Manuel Mejías “El Papa Negro”.
El hecho de que estos cuatro toreros ascendieran a la primera línea fue consecuencia de la exigencia de Bombita Chico y Machaquito de cobrar cantidades más elevadas por torear Miuras en Madrid. Era lógico, decían ellos, que los toros más difíciles de torear, los que acarreaban más peligro y los que tenían más muertes en su palmarés (Pepete, El Espartero, Dominguín y Faustino Posada), les proporcionaran mayor ganancia económica. Ricardo y Rafael se plantaron en el tema económico e Indalecio Mosquera, empresario de Madrid, no accedió a sus pretensiones. Este desacuerdo privó a Madrid de la presencia de ambos toreros durante algún tiempo.
El espacio dejado por ellos lo llenaría esa generación de cuatro toreros que estaban esperando la oportunidad que merecían desde hacía tiempo.
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