martes, 18 de agosto de 2009

Una vergüenza nacional

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Una vergüenza nacional

Antonio Lorca en el País

La ganadera Carmen Lorenzo y su esposo, el ex matador de toros Niño de la Capea, son responsables de la indecorosa corrida que ayer se lidió en la plaza de la Malagueta. Pero no son los únicos. Le acompañan la presidenta del festejo, Ana María Romero, que aprobó unos borregos impresentables; y la empresa, que los compró; y los toreros y su equipos, que eligen los toros en la dehesa y presionan hasta la saciedad a los equipos gubernativos para que aprueben lo que no merece más que un cero patatero.

Sea como fuere, lo de ayer en Málaga fue una muestra más de la vergüenza nacional en la que los taurinos han convertido esta fiesta que fue gloriosa en épocas pasadas.

Seis borregos, seis, de presencia adecuada a su procedencia ovina, sin pitones, sin caras de toros, sin trapío y sin ningún atributo externo, más que el color negro de su pelaje, que los relacionara con el animal bravo, poderoso y retador que merece esta plaza de primera categoría, a la que, entre todos, han infligido un bajonazo en los costillares. Todos inválidos -a excepción del tercero-, sin sangre brava en las venas, descastados y sosos. Pero, eso sí, nobilísimos, bondadosos y dulces como el almíbar. En una palabra, borreguitos del anuncio del detergente que se usa para la ropa delicada. En fin, una vergüenza nacional.

Málaga no se merece esta ofensa. Pero pocos se quejan, ésa es la verdad. Por el contrario, la mayoría aplaude las posturas aflamencadas de estas figuras modernas ante animalitos cadavéricos por los que la profesión lleva luchando desde que Belmonte inventó el toreo moderno. Desde entonces, el toro ha perdido fiereza, fortaleza y genio, y ha ganado en nobleza y dulzura. Tanta agua le han echado al vino de la bravura que los borreguitos de hoy no emocionan ni a las madres que los parió.

Pero éste es el feble cimiento de la tauromaquia actual. Y en él se justifican las carreras de muchos toreros que están haciendo un daño irreparable a esta fiesta. Los tres de ayer no son los únicos, pero sí forman parte de la tropa de antitaurinos que están dispuestos a cargarse este espectáculo más pronto que tarde.

Se aprovechan de los públicos generosos, festivos y poco conocedores de la técnica taurina para engañarlos como a chinos con faenitas de tres al cuarto, insulsas y aburridas. Eso le ocurrió, por ejemplo, a Sebastián Castella, un torero valeroso, convertido ayer en un pegapases sin pudor que toreó -es un decir- a su primero -un auténtico buenazo-, fuera de cacho, al hilo el pitón, con la muleta retrasada y sin cruzarse nunca. Era un toro tan noble que requería un torero de calidad suprema. Y tampoco se colocó bien ante su moribundo cuarto y naufragó en toda regla.

Más engañifa, si cabe, fue Manzanares, que le cortó la oreja al quinto por una labor despegada y ventajista, sin hondura y exceso de postura, a otro bondadoso novillote, más animoso que la penosa flojedad que mostró su primero.

Y el que sobresalió -el tuerto en el país de los ciegos- fue Cayetano, que aprovechó a medias las muchas cualidades de su noble, manso y encastado tercero, al que enjaretó pases templados por ambas manos, en una labor de calidad y sabor torero, que no llegó a alcanzar los altos vuelos que se presagiaban y que su oponente merecía. No pudo hacer nada ante el inválido y descastado sexto, que hizo honor al desaguisado general.

Al final, todos contentos. Ni una mala queja. Así, no hay quien arregle esta desvergüenza.

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