“Me pongo nervioso cuando ahora veo en la tele a chicos que torean con una serie de naturales, luego otra de derechazos… pasan diez minutos y siguen haciendo lo mismo, con lo que la gente se aburre. Antes, cuando se le daba un aviso, el torero se moría de vergüenza. Ahora suena y el chico sigue tan pimpante”. Juan García Mondeño.
Tanto razones técnicas como estéticas exigen la brevedad. Un pecado capital del torero es que no tenga sentido del momento en que conviene terminar con la espada, cuando la fatiga y la sumisión del toro hacen entender que “está pidiendo la muerte”. Prolongar indebidamente la faena “pasarse de faena”, es exponerse al riesgo de que el animal se ponga a la defensiva y sea más difícil igualarlo para acabar con él. Por otro lado, es ponerse “pesado”, el pecado más grave contra la estética. Hay que saber interrumpir una serie, o el conjunto de la obra, cuando “la gente todavía está caliente”, como dice Paco Camino; en otras palabras, antes de que su poder emocional se debilite. A fin de cuentas, “torear -explica el ensayista Gil Calvo-, es andar por el filo de la navaja evitando caer en uno de los dos abismos, el de la precipitación… y el del aburrimiento. Esa tensión del tiempo es consustancial al toreo”.
Del libro: El Discurso de la corrida de François Zumbiehl
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